Desde sus inicios, Rusia ha sido un crisol de muchas culturas. Una de ellas es la tártara, debido a diversos acontecimientos históricos. Acaso el principal platillo que se ha preservado de la cocina tártara del Asia Central es el plov (se pronuncia “plof”) o pilaf, el cual proviene de Uzbekistán.

Se sabe que Alejandro Magno lo probó en su visita a Samarcanda y se cree que sus soldados lo llevaron de vuelta a Europa. En Rusia, el plov más típico es un plato seco que se prepara con arroz, cebolla, zanahoria y carne de cerdo, res o cordero. Ésta se corta de modo que quede en pedacitos, los cuales se asan y se incorporan al arroz cocido, para agregar un toque de ajo al final al gusto, así como condimentos picantes.

Este platillo suele consumirse acompañado de té, y es un plato universal, que se consume tanto en atmósferas festivas, como en lo cotidiano. Sin embargo, en los registros que datan del siglo X y XI, se menciona que el plov se servía en las bodas y gran fiestas como el plato más honorario.

Aunque en Rusia se ha estandarizado la receta de esta manera, cada país tiene sus propios ingredientes y condimentos. En Azerbaiyán, por ejemplo, el plov tiene más de 40 variedades, entre las que destacan el que se elabora con frutos secos, el de alubias o incluso el que lleva huevo.

El platillo con el que más se vincula al plov en Occidente es la paella española, bien conocida en México, a la cual se parece mucho excepto porque no lleva mariscos.

(Autor: Rainer Matos)